No había pensado así de claro en esa palabra, pero encajaba.
—No quiero que él ocupe tanto espacio en mi historia —continué—. Ya le di diez años. No se merece que lo conviertan ahora en personaje principal.
Me quedé callada un momento, mirando la chimenea apagada.
—Pero también sé que hay muchas personas viviendo algo parecido y creyendo que están exagerando. Si escuchan mi experiencia sin morbo, quizá se reconozcan y pidan ayuda.
Suspiré.
—Lo haré. Pero pondré yo los límites. Esto no va de convertir mi vida en espectáculo, sino de mostrar cómo la arquitectura y las segundas oportunidades se cruzan.
Cuando el equipo de rodaje llegó unos meses después, yo ya tenía claro qué temas podían entrar y cuáles no. Grabaron el avance de las obras del albergue de Emma, las reuniones de la Beca, algunas escenas en el estudio, momentos en la casa con Margarita recordando a Tadeo.
Y me entrevistaron a mí, sentada en el estudio de la quinta planta, con mis cuadernos abiertos.
—Háblanos de tu matrimonio —pidió la entrevistadora, con tacto—. Mucha gente solo ve el «antes» y el «después». ¿Qué pasó en medio?
Me quedé un segundo en silencio.
—Estuve casada con alguien que necesitaba que yo fuera pequeña para sentirse grande —dije, al fin—. Cada vez que mi pasión por la arquitectura asomaba, él se encargaba de ridiculizarla. Me convenció de que mi título era un capricho caro. El divorcio me dejó sin dinero ni casa, pero me devolvió algo más importante: la posibilidad de volver a creer en mí.
La entrevistadora intentó tirar de detalles, de anécdotas concretas. Negué con la cabeza.
—Los detalles dan morbo, pero no ayudan. Lo único relevante es esto: salí. Sobreviví. Y reconstruí mi vida. Él no es la historia. La historia soy yo recuperando lo que siempre fue mío.
El documental se estrenó en otoño. En pocas semanas lo habían visto miles de personas en varios países. Estudiantes de arquitectura me escribían contando sus propias batallas con familias que no entendían su elección. Mujeres me agradecían haber hablado de abuso emocional sin convertirlo en espectáculo.
La Beca Herrera recibió más de mil solicitudes el año siguiente.
Y, por supuesto, Ricardo volvió a aparecer.
Estaba cenando con Jacobo cuando mi móvil mostró un número desconocido. Contesté por curiosidad.
—Sofía, soy Ricardo.
Noté cómo se me tensaban los músculos. Jacobo, frente a mí, alzó la vista y me tomó la mano por encima de la mesa.
—¿De dónde has sacado este número? —pregunté.
—He visto el documental. Me has pintado como un villano.
—No te he mencionado por tu nombre ni una sola vez —respondí—. Si te reconoces en lo que cuento, eso dice más de ti que de mí. Se llama conciencia. Deberías probarla.
—La gente sabe que era yo. Tus antiguos vecinos, nuestros amigos. Estás destrozando mi reputación.
Solté una risa corta.
—Ricardo, hace años que no pienso en tu reputación. Conté mi verdad. Si te incomoda, quizá deberías revisar tus actos. Es impresionante hasta qué punto sigues creyendo que todo gira alrededor de ti.
—Quiero que des una disculpa pública —insistió—. Que aclares que no fui abusivo, que la separación fue de mutuo acuerdo.
—No.
Hubo un silencio al otro lado.
—Sofía, escúchame…
—No —repetí—. Pasaste diez años convenciéndome de que no valía nada. Te quedaste con todo en el divorcio. Y ahora, que he construido algo increíble, pretendes reescribir la historia. No te debo nada. Ni mi silencio, ni mi comodidad, ni un solo segundo de mi tiempo. Eres una nota al pie en mi vida. Borra mi número. Borra mi nombre. Y acepta que, a partir de ahora, eres irrelevante.
Colgué. Respiré hondo y, sin dudar, llamé a Victoria.
—Ricardo ha vuelto a llamar. Quiere que me disculpe y amenaza con «aclarar las cosas». Necesito una carta formal: si vuelve a ponerse en contacto conmigo o con alguien de mi entorno, tomaremos medidas legales.
—Lo preparo hoy mismo —dijo ella—. Y, Sofía… me alegra escucharte tan firme.
De vuelta en la mesa, Jacobo seguía con mi mano entre las suyas.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Estoy libre —contesté—. De verdad. Durante años me daba miedo su voz. Hoy solo me ha parecido… pequeño.
La mujer sentada en la mesa de al lado se inclinó un poco, con gesto tímido.
—Perdón por entrometerme —dijo—, pero he visto el documental. Mi hija está en una relación muy parecida a la que tú describes. No sé cómo ayudarla.
Saqué una tarjeta del bolso y se la tendí.
—Dile que me llame o que me escriba un correo. No soy psicóloga, pero sé lo que es sentirse atrapada. A veces solo necesitamos escuchar que no estamos locas.
La mujer se echó a llorar en el sitio. Me dio las gracias cien veces. Cuando se fue, Jacobo me miró con esa mezcla de orgullo y ternura que ya empezaba a conocer bien.
—Estás cambiando vidas —dijo—. No solo con edificios, sino con tu historia. Ese es el verdadero legado de Tadeo. No solo las obras, sino la idea de que la arquitectura es, ante todo, para las personas.
El voto de los socios para nombrar a Jacobo codirector general se hizo justo un año después de que yo entrara en la sala de juntas por primera vez. Esperaba algo de resistencia. Lo que no esperaba era lo que vino después.
—Antes de terminar —dijo Patricia, una de las consejeras veteranas—, hay otro asunto.
Deslizó un dossier por la mesa hacia mí.
—El estudio ha recibido una oferta de compra.
Sentí como si me hubieran bajado el volumen del mundo.
—¿De qué estás hablando?
—El estudio de Marco Chen quiere adquirir Herrera Arquitectura. Ofrece trescientos millones de dólares por la compra completa. Dado que tú posees el 51 %, la decisión final es tuya.
Tres. Cientos. Millones.
Habría tenido suficiente dinero para no trabajar nunca más.
—Es una trampa —saltó Jacobo—. Marco lleva meses poniéndonos a parir y ahora quiere comprar lo que no puede igualar.
—La oferta es real —explicó Patricia—. Supongo que quiere eliminar a la competencia y absorber nuestros métodos.
Leí con atención. Venta total. Marco tendría control absoluto sobre el nombre, los proyectos, la Beca Herrera. Podría cerrarlo todo. Borrar el rastro de Tadeo.
Haz clic en el botón de abajo para leer la siguiente parte de la historia. ⏬⏬






