Cada foto tenía fecha y hora.
—Te estuvo grabando en vuestra casa —dijo Medina, con tono contenido—. Al menos ocho meses. Hemos encontrado cámaras ocultas en varias habitaciones, conectadas a un servidor privado a nombre de una empresa pantalla.
Teresa apretó la carpeta con fuerza.
—Eso explica por qué siempre parecía saber dónde estaba, qué hacía…
Clara se llevó una mano a la boca.
—Decía que me conocía tanto que podía “leerme” —susurró—. Yo pensaba que era intuición. Era… vigilancia.
Medina sacó otra carpeta.
—Y aquí está lo peor. Estos son movimientos bancarios. Estaba desviando dinero de la empresa a cuentas abiertas a tu nombre, Clara. Si las cosas salían mal, habría bastado con señalarlos y decir que tú estabas robando.
El silencio cayó como una manta pesada.
El corazón de Clara se aceleró.
—Por eso siempre me hacía firmar papeles sin explicármelos —recordó—. Decía que eran temas de impuestos. Sus abogados me miraban raro, pero yo… confié.
Teresa cerró la carpeta despacio.
—Esto ya no es solo agresión —dijo—. Es un patrón de abuso total: psicológico, económico y ahora también penal.
Medina asintió.
—La fiscalía quiere ampliar la acusación. No solo agresión, sino violencia de control y fraude.
También sacó un sobre sellado.
—Tenemos además declaraciones de su ex asistente y de dos empleados. Uno asegura que Alejandro ordenó borrar imágenes de discusiones vuestras en una fiesta de empresa. La asistente dejó el trabajo después de verlo lanzar un vaso contra la pared, muy cerca de ti.
Clara abrió mucho los ojos.
—Recuerdo esa noche. Me dijeron que las cámaras habían fallado…
—No fallaron —dijo Medina—. Él mandó borrar el vídeo. Pero quedan fragmentos en un disco de copia de seguridad. Los hemos recuperado.
Teresa apoyó una mano en el borde de la mesa y cerró los ojos un segundo.
—Esto lo cambia todo.
—Sí —confirmó el capitán—. Ahora el caso ya no es una pérdida de control “puntual” delante de las cámaras. Es la consecuencia de años de abuso.
Clara se dejó caer en la silla. Se sentía al mismo tiempo más ligera y más rota. Cada prueba nueva le daba la razón… pero también la obligaba a mirar de frente todo lo que había aguantado.
—¿Y ahora qué? —preguntó.
—El fiscal presentará todo al jurado para la acusación formal —explicó Medina—. Con estas pruebas, es muy probable que el caso vaya a juicio como delito grave.
Teresa empezó a caminar por la habitación, inquieta.
Clara levantó la cabeza.
—Quiero declarar —dijo de repente.
—No hace falta todavía —contestó su madre—. Con las pruebas…
—Lo sé —la interrumpió Clara—. Pero quiero que me escuchen. No solo los papeles. Quiero que sepan quién era él cuando no había cámaras.
El capitán la miró con respeto.
—Si estás preparada, tu testimonio hará el caso más sólido. El fiscal te lo agradecerá.
Teresa la observó, y por primera vez en mucho tiempo, vio en los ojos de su hija algo más que miedo. Vio decisión.
—Esa es mi chica —susurró.
El día de la vista preliminar, el juzgado estaba más lleno que nunca, aunque las cámaras se quedaron fuera.
La sesión era a puerta cerrada, pero los periodistas esperaban en el pasillo, pegados a la puerta, cazando cualquier detalle.
En una sala pequeña, Clara esperaba con las manos sobre el vientre. Llevaba un vestido sencillo y una chaqueta de punto. Sin joyas, sin maquillaje. No necesitaba nada más. La verdad era suficiente.
Teresa se sentó a su lado.
—Hoy es la última gran vista antes del juicio —le dijo—. Después, todo quedará en manos del tribunal.
Clara inspiró hondo.
—Estoy lista.
Al otro lado del edificio, Alejandro esperaba en una sala distinta. Paseaba de un lado a otro como un animal nervioso. Su traje estaba impecable, pero sus ojos no.
Diego, su abogado, parecía agotado.
—Lo han registrado todo —le recordó—. Los correos, las cámaras, los mensajes. Si hablas sin control, nos hundes más.
—Yo he construido esta empresa desde la nada —gruñó Alejandro—. No pueden quitármelo todo por un error.
—No fue un error —contestó Diego, por primera vez con rabia—. Fue violencia. Y no solo una vez.
Alejandro le dio la espalda.
—Tú también suenas como ellas —masculló.
En la sala principal, el juez de instrucción repasaba la carpeta del caso. El fiscal, el abogado de la defensa y el capitán Medina estaban preparados.
Cuando Alejandro entró escoltado, el ambiente cambió. Ya no era el dueño del teatro. Solo era un acusado más.
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