Llamé a emergencias al ver motoristas rodeando a mi hijo autista, pero lo que vi allí me destrozó

“Los Guardianes” le hicieron miembro honorífico. Tiene su propio chaleco pequeño con parches que crearon solo para él: “Futuro piloto”, “Encontré mi voz”, “Pequeño guardián”.

Cada sábado nos reunimos. Las sesiones han crecido. Se han unido otros niños que casi no hablan. Rita ha empezado a escribir artículos sobre el uso de las motos como herramienta terapéutica.

La asociación consiguió una subvención para montar una sala sensorial con sonidos y vibraciones de motores, para los niños que todavía no están preparados para acercarse a las motos reales.

Trueno se ha convertido en una especie de abuelo para Nico. Le enseña sobre motores, sobre respeto, sobre hermandad.

Nico ahora es capaz de reconocer motos solo por el sonido. Incluso ha empezado a dibujarlas, otro modo de comunicación que le ha salido de repente.

—¿Por qué crees que funcionó? —le pregunté a Trueno un día, mientras veíamos a Nico dirigir una “sinfonía” de seis motos.

—Por lo mismo que funciona con nosotros —respondió—. A veces el mundo es demasiado. Demasiado ruido, demasiada luz, demasiadas exigencias.

Pero en una moto… solo estás tú, el motor y la carretera. Todo lo demás desaparece. Tu hijo necesitaba esa sencillez. Ese control. Nosotros solo le hemos dado las llaves.

—Tiene ocho años. Nada de llaves todavía —bromeé.

—Llaves en sentido figurado —sonrió Trueno—. Pero acuérdate de lo que te digo: ese niño montará en moto algún día. Y cuando lo haga, tendrá a cientos de guardianes dispuestos a acompañarle.


El mes pasado, el padre de Nico llamó. Había visto la historia en las noticias. Quería “reconectar” con su hijo “recuperado”.

Me reuní con él en una cafetería, sola.

—No está recuperado —le dije—. Sigue siendo autista. Sigue teniendo dificultades. Solo ha encontrado una forma de comunicarse.

—¿A través de motos? Eso es absurdo.

—¿Sabes qué es absurdo? —le contesté—. Abandonar a tu hijo porque no era perfecto. Estos motoristas, estos desconocidos, hicieron por Nico en una noche más de lo que tú hiciste en tres años.

Me dijo que pensaba pedir la custodia, que yo estaba exponiendo a Nico a “malas influencias”.

Me reí. De verdad. Me reí en su cara.

—Esas “malas influencias” salvaron la vida de tu hijo. Le sacaron literalmente de en medio de la carretera. Y luego le devolvieron la voz. Llévame a juicio si quieres.

Yo iré con Trueno y con toda la hermandad como testigos. A ver qué dice el juez.

No volvió a llamar.


Esta noche estoy mirando a Nico dormir. Ahora habla incluso dormido; casi siempre de motos, pero son palabras. Palabras hermosas, preciosas.

En la pared de su habitación hay fotos de estos ocho meses. Él con los Guardianes. Él sentado sobre la moto de Trueno (apagada, por supuesto, pero para él es como volar).

Él en la nave, rodeado de treinta motoristas acelerando sus motores mientras él los dirige como un maestro de orquesta.

Pero mi foto favorita es de aquella primera noche. Alguien la grabó con el móvil. Nico en el centro de las catorce motos, con las manos levantadas, la boca abierta de alegría, haciendo sonidos por primera vez en cinco años.

Y alrededor, un círculo de ángeles de la guarda con chalecos de cuero, protegiéndole, animándole, devolviéndole la voz, un rugido de motor cada vez.

Los médicos lo llaman milagro.

Los especialistas lo llaman caso excepcional.

Los Guardianes lo llaman familia.

¿Y Nico?

Cuando le preguntan por qué las motos le ayudaron a hablar, se queda pensativo y dice:

—Las motos hablan idioma Nico. Nico habla idioma motos. Igual–igual.

Igual–igual, sí.

Mañana es sábado. Nico ya ha dejado preparado su chaleco, sus protectores de oído y sus tarjetas de comunicación por si las palabras se le escapan. Pero casi nunca se le escapan ya.

—¿Guardia… nes mañana? —preguntó en la cena.

—Sí, cariño. Mañana vamos con los Guardianes.

—Nico feliz. Mamá feliz. Trueno feliz. Todos felices.

—Todos felices —respondí.

Y es verdad. Todos felices. Todos encontrados. Todos hablando el mismo idioma.

El idioma del trueno.

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