—Y llevo seis meses revisando cada documento financiero de la empresa de Julián para preparar la fusión de nuestras cuentas después de la boda. Conozco cada cuenta, cada movimiento, cada firma. Y estas —levanté el papel— no son mías.
Caminé hasta la mesa más cercana, donde mi mejor amiga había dejado su bolso. Saqué mi móvil. Abrí el correo. Allí tenía una carpeta que había ido llenando “por si acaso”.
—Esto —dije, mostrando la pantalla— son los registros reales de Campos Desarrollos. Y ¿sabéis qué encontré revisándolos? Cosas curiosas. Dinero que se mueve de forma extraña. Pagos a empresas fantasma. Facturas por trabajos que nunca se hicieron.
La cara de Julián se había quedado blanca.
—¿Qué estás diciendo?
—Estoy hablando de malversación. De la de verdad. Alguien lleva años robando de tu empresa. Y sé quién es.
Miré a Verónica.
—Tú.
Ella soltó una carcajada.
—Por favor. ¿Qué sentido tendría que robara de mi propia familia?
—Porque papá te cortó el grifo hace dos años, ¿verdad? Después de que te gastaras tu parte de la herencia en juego y caprichos. Porque tienes deudas que te ahogan. Porque viste la empresa de tu hermano como un cajero automático, y sabías exactamente cómo tocar los botones sin que te pillaran.
Abrí una hoja de cálculo en el móvil.
—Hasta que yo empecé a mirar. Hasta que vi que todas esas empresas “proveedoras” a las que salía el dinero llevan a un mismo despacho de abogados.
—El de tu novio. Ese al que escondes de la familia porque “no está a la altura”.
Su cara palideció de golpe.
—Miente —susurró—. Julián, no la escuches. Te está dando la vuelta a todo.
—¿Ah, sí? —pregunté—. ¿Quieres que enseñe aquí, ahora mismo, su nombre, sus correos, las facturas falsas? ¿Quieres que explique cómo os montasteis un castillo de empresas pantalla para ir sacando dinero poco a poco?
Hubo un murmullo general.
Julián dio un paso atrás, como si yo lo hubiera empujado.
—Eso no puede ser verdad —balbuceó—. Verónica no haría algo así.
—Sí lo haría. Y lo ha hecho. Y lleva meses muerta de miedo porque yo, la “contablecita”, podría descubrirlo. Por eso lleva tanto tiempo envenenándote contra mí. Por eso ha montado todo esto hoy.
—Quería que te divorciaras de mí enseguida. Antes de que yo pudiera terminar la auditoría. Antes de que pudiera entregarlo todo a la policía.
Me giré hacia ella. La vi temblar, sus máscaras de niña rica resquebrajándose.
—Casi lo consigues —dije en voz baja—. Has sido lista. Las cuentas están bien escondidas.
—Pero cometiste un error: usaste el mismo número de ruta para varias transferencias. En cuanto vi el patrón, todo lo demás empezó a encajar.
Julián miraba a su hermana como si fuera una desconocida.
—¿Verónica?
—Está inventando… —su voz sonó débil—. No puedes creerla.
—Llamemos a la policía —dije—. Ahora mismo. Que investiguen. Que revisen mis cuentas, las tuyas, las suyas. A ver quién duerme tranquila.
El silencio que siguió fue largo y espeso. Entonces el rostro de Verónica cambió. El miedo se fue y quedó algo frío, duro.
—Eres más tonta de lo que pensé —susurró—. ¿De verdad crees que con esto has ganado?
—No creo que haya ganado —le respondí—. Creo que, nos guste o no, la verdad va a salir.
Ella se rió, un sonido que me heló la sangre.
—¿La verdad? La verdad es que Julián nunca te quiso de verdad. Yo me encargué de eso. Cada duda que le planté, cada sospecha que alimenté… todo era real.
Se giró hacia su hermano.
—Cuéntale cuántas noches te quedabas despierto, preguntándote si te quería a ti o a tu dinero. Cuéntale lo del investigador privado.
La cara de Julián me lo dijo antes de que abriera la boca.
—¿Contrataste a alguien para investigarme? —pregunté. Mi voz sonaba hueca.
—Solo necesitaba estar seguro —dijo él.
—Te casaste conmigo mientras pensabas que podía ser una estafadora.
—Quería creer en ti —susurró—. Lo intenté.
—Me has pegado —recordé, llevándome de nuevo la mano a la mejilla—. Delante de toda esta gente. Sin hacer una sola pregunta. Sin darme ni un segundo para defenderme.
—La creíste a ella antes que a mí.
La vergüenza apareció por fin en su cara. Pero ya era tarde. Demasiado tarde.
Respiré hondo. Y tomé una decisión.
—Quiero que sepas algo —dije, alzando la voz para que todos me oyeran—. Estoy embarazada. De ocho semanas.
Un murmullo recorrió el jardín.
—Me enteré hace tres meses y no te lo dije porque os escuché a ti y a Verónica hablando de mí como si fuera una cazafortunas. Estaba esperando el momento adecuado, creyendo que esto te demostraría que mi amor era real.
Saqué un paquete pequeño de mi bolso. El body diminuto. Lo tiré a sus pies.
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