—Señorita Moreno, siento informarle de que su padre ha fallecido esta madrugada. Necesitamos vernos para hablar de su testamento y de sus efectos personales.
—No quiero nada de él.
—Por favor, señorita Moreno. Fue muy específico. Solo pedía una hora de su tiempo.
Así que fui.
Le dije a Ricardo que tenía una urgencia con un cliente. Conduje hasta una pequeña oficina en una zona de la ciudad que yo conocía demasiado bien. Herrera me esperaba con una caja de archivo.
—Su padre actualizó su testamento el mes pasado —dijo—. Le dejó todo a usted. La casa. La moto. Unos 500.000 euros en ahorros.
—¿Medio millón? —casi me atraganté—. ¿Cómo?
—Vivía de manera sencilla. Ahorró todo lo que pudo. Dijo que era para el futuro de su Princesa.
Ese nombre. Princesa. Me lo llamaba desde que nací. Decía que yo era su pequeña princesa guerrera.
—También está esto —Herrera me entregó un sobre grueso—. Lo escribió en las últimas semanas. Dijo que debía dárselo viniera usted o no.
Cogí el sobre. Mi nombre estaba escrito con su letra temblorosa.
—Hay una cosa más —añadió Herrera—. Su padre quería que supiera algo. Sobre sus antecedentes. Las acusaciones de agresión.
—Ya lo sé. Casi mata a dos hombres.
Herrera negó con la cabeza.
—¿Sabía usted por qué lo hizo? ¿Sabía lo que pensaban hacer?
—Buscaban al novio de mi madre.
—No, señorita Moreno. Venían por usted.
Se me heló la sangre.
—¿Qué?
—Su madre les debía dinero. Mucho dinero. Vinieron a llevarse a la niña. A llevársela lejos como pago. Su padre lo impidió. Los dejó inconscientes. Los sujetó hasta que llegó la policía. Pero por su fama de motero, sus peleas anteriores… el jurado creyó que él era el agresor. Aceptó un acuerdo para evitar un juicio porque estaba aterrado de que, si perdía, usted se quedara sin nadie.
No podía respirar.
—¿Fue a prisión por protegerme?
—Fue a prisión porque te protegió —dijo despacio—. Gran diferencia. Nunca te lo contó porque no quería que supieras lo que aquellos hombres pensaban hacer. No quería que vivieras con ese miedo.
Abrí la carta con las manos temblando.
Mi hermosa hija:
Si estás leyendo esto, ya me he ido. Quiero que sepas que entiendo por qué no viniste. Nunca fui el padre que te merecías. Nunca el padre que necesitabas que fuera.
Pero necesito que sepas la verdad.
Aquella noche, cuando tenías siete años, esos hombres no vinieron por dinero. Vinieron por ti. Tu madre les había prometido dejarte ir con ellos a cambio de drogas. Había entregado a nuestra niña a gente sin escrúpulos.
Sé que lo que les hice pareció brutal. Lo fue. Pero si supieras lo que planeaban, lo que habían hecho con otras criaturas, lo entenderías. Si la policía no hubiera llegado, los habría matado. Y habría aceptado pasarme la vida en la cárcel con tal de mantenerte a salvo.
Nunca te lo conté porque no quería que odiaras el recuerdo de tu madre. A pesar de todo, te quiso a su manera rota. Solo que las drogas la agarraron más fuerte.
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