Nadie creyó en su “pequeña startup” familiar, hasta que su CFO entró gritando su nueva fortuna millonaria

Nadie creyó en su “pequeña startup” familiar, hasta que su CFO entró gritando su nueva fortuna millonaria

—Sí, mamá —respondí—. Resulta que dirigir la mayor empresa tecnológica del mundo implica algunas reuniones de cierto nivel.

Me levanté, alisando la chaqueta. Esta ya enseñaba sin disimulo que era cara.

—Confío en que sabréis encontrar la salida —añadí—. Algunos tenemos países que conectar.

—Laura —intentó de nuevo mi padre—. Seguimos siendo familia, ¿no?

Me detuve en la puerta.

—La familia habría creído en mí hace cinco años —dije—. Habría visto que estaba construyendo algo extraordinario, en lugar de reducirlo a un “juguete”.

Mi móvil vibró: Ricardo, otra vez. Seguramente desesperado por sus chips.

—Dile a Ricardo —le pedí a mi asistente— que el horario de la directora general es de nueve a cinco. Y que su hermana, la que dirige el grupo, no mezcla llamadas personales con asuntos de negocio.

—¿Desde cuándo eres así? —mamá hizo un gesto, abarcando el despacho, las pantallas, el ambiente—. ¿Así de… poderosa?

—Siempre he sido esta persona —respondí, tranquila—. Vosotros simplemente no quisisteis verlo. Estabais demasiado ocupados presumiendo de Ricardo como para mirar más allá.

Marcos se acercó otra vez.

—Jefa, es hora.

—¿De qué? —intervino mi padre.

—De anunciar nuestra próxima adquisición —sonreí—. Una compañía llamada Sol Global. El principal competidor de Ricardo. Vamos a comprarla por más o menos lo que vale toda su empresa.

El rostro de mi madre se descompuso.

—Pero tranquilizaos —añadí—. Probablemente su acción no caerá más de otro treinta por ciento cuando el mercado entienda lo que está pasando. Los negocios son los negocios, ¿recordáis? Es lo que siempre nos enseñasteis.

Caminé hacia la sala de reuniones. Antes de entrar, me volví.

—Ah, mamá, lo del club social —me acordé—. Esta mañana he comprado toda la cadena de clubes. Puedes conservar tu membresía, claro. Tendrás… descuento de familia.

Los dejé allí, rodeados de pruebas de un poder que nunca habían querido reconocer. A veces la mejor venganza no es solo demostrar que tenías razón. Es crecer tanto que su imaginación se quede pequeña.

Una semana después salió el reportaje de portada en una famosa revista económica.

“La reina de las sombras: cómo Laura Morales construyó un imperio de un billón en secreto.”

Mandé enmarcar la portada. No por la foto, donde yo aparecía frente a nuestro rascacielos en Ciudad de México, sino por la imagen pequeña en una esquina: nuestro edificio local empequeñeciendo al de la empresa de mi padre.

En una de las pantallas del despacho, una presentadora de un canal financiero hablaba con entusiasmo.

—El mundo de los negocios sigue en shock —decía—. El Grupo Nébula no solo ha comprado empresas sin parar. Ha ido tomando, con discreción, el control de la infraestructura tecnológica que sostiene la vida moderna.

Mi móvil vibró: Ricardo otra vez. Con esa llamada ya iban veintisiete desde que la acción de su compañía había caído un cuarenta por ciento el día anterior.

—Tu madre está en la línea tres —anunció mi asistente—. Algo sobre la elección de la junta del club.

—Dile que ahora el propietario suele elegir la junta —respondí, firmando otra adquisición—. Pero que puede presentar su candidatura por los canales establecidos.

Marcos entró con su informe matutino.

—Hemos superado 1,2 billones de valor en bolsa —informó—. Algunos reguladores europeos están nerviosos.

—Envía el recordatorio habitual —dije—. Que revisen quién mantiene sus sistemas digitales funcionando.

—Ya está enviado —asintió—. Por cierto, la empresa de tu padre pide una reunión. Hablan de una posible fusión.

Me eché a reír de verdad.

—Diles que no compramos compañías cuyo valor sea inferior a nuestro presupuesto de café del mes.

El ascensor sonó. Ricardo entró casi corriendo. El traje ya no le sentaba tan perfecto.

—Tienes que parar —soltó, sin saludar—. Mi empresa se está desmoronando.

—Interesante —respondí, sin apartar la vista de las pantallas—. ¿Pediste cita para esta reunión?

—Soy tu hermano —protestó—. Y soy el director general de la empresa que siempre has envidiado.

—Y yo soy la directora general de la empresa que controla tu cadena de suministro entera —le recordé—. ¿Cuál de los dos cargos crees que pesa más ahora?

Marcos carraspeó con cortesía.

—Señor, la agenda de la señora Morales está completa. Podría enviar una solicitud formal y le buscaremos un hueco.

—¿Una solicitud formal? —Ricardo se quedó boquiabierto—. Laura, esto es absurdo. Somos familia.

—¿Familia como cuando hablaste con los inversores para que no financiaran mi “proyecto de hobby” hace cinco años? —pregunté, mirándolo por fin.

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