Tenían a esta mujer de 53 años por una intrusa… hasta que el lector de su tarjeta explotó en rojo

Tenían a esta mujer de 53 años por una intrusa… hasta que el lector de su tarjeta explotó en rojo

Una joven enfermera de la Armada se acercó después, con los ojos brillantes.

—Señora… ¿24 años? ¿Por qué… por qué la mantuvieron en secreto?

—Porque oficialmente —dije— las mujeres en unidades de combate no existían. Los equipos necesitaban una cirujana para misiones de alto riesgo. Yo cumplía los requisitos. Así que hice el trabajo. Pero la Armada no podía admitir públicamente que una mujer estaba desplegada con una unidad de operaciones especiales, así que mi servicio quedó clasificado. No fue justo. Vi cómo cirujanos hombres recibían el mérito público por el mismo trabajo que yo hacía en silencio. Cuando me hirieron, ni siquiera podía contarle a mi familia cómo había pasado. Pero el trabajo era más importante que el reconocimiento. Los hombres a los que atendía eran más importantes.

Entonces, la gente se fue abriendo paso. Un suboficial mayor, de unos cincuenta años como yo, con el pelo entrecano y la cara tallada a golpes de viento y sal, se plantó delante de mí. Me miraba directamente a los ojos.

—Señora —dijo con voz ronca—. Suboficial mayor Tomás Reyes. Yo… yo estuve en el complejo. 2006. La operación por la que le dieron la condecoración al valor.

Se me cortó la respiración. Nunca había podido hablar de aquello.

—Suboficial —susurré.

—Salvó la vida de tres de mis hombres aquel día —dijo, con los ojos humedecidos—. Le salvó la vida a cabo Martínez. He querido darle las gracias durante 18 años, pero nunca supe su nombre. Su presencia en el informe estaba… tachada. Hasta que vi su expediente desclasificado el año pasado.

Se me llenaron a mí también los ojos.

—Martínez —recordé—. La herida en el pecho.

—Le operó mientras seguían disparándonos —continuó Reyes, con la voz quebrada—. Lo mantuvo con vida incluso después de que a usted misma la alcanzara la metralla. Hoy está vivo gracias a usted. Se retiró. Se casó. Tiene tres hijos. Esos niños existen… porque usted estaba allí.

No me saludó militarmente. Simplemente alargó la mano y sujetó la mía con las dos suyas.

—Gracias, comandante. Gracias.

En ese momento, 24 años de secreto, de ser un fantasma, de ser invisible y menospreciada… se deshicieron.

Pasé los dos días siguientes dando talleres avanzados. Mis técnicas y las improvisaciones de campaña que antes eran secretos empezaron a integrarse en el programa oficial de formación de medicina de combate.

Dos años después me retiré. Mi ceremonia de retiro en la misma base reunió a más de 400 personas. Decenas de operadores a los que había salvado, hombres y mujeres a los que había formado, mandos cuyas misiones habían sido posibles porque alguien, en la sombra, cosía cuerpos mientras todo ardía. Javier Herrera estaba allí. El suboficial mayor Reyes también.

Un almirante pronunció el discurso.

—La capitán de fragata Laura Medina sirvió con unidades de guerra naval especial durante 24 años —dijo ante la multitud—. Más tiempo del que muchos operadores pasan en toda su carrera. Salvó decenas de vidas. Demostró, décadas antes de que las normas lo reconocieran, que las mujeres pertenecían también a ese escenario. Durante la mayor parte de su trayectoria, su servicio fue un secreto. Ella fue el fantasma que devolvía a nuestros guerreros a casa. Hoy, las mujeres sirven abiertamente en estos puestos. Pueden hacerlo porque mujeres como la comandante Medina demostraron que era posible, mucho antes de que estuviera permitido.

Hoy, en el centro de formación médica de guerra naval especial, hay una placa.

CF Laura “Sombra” Medina. Cirujana de Trauma en Combate, Unidades de Guerra Naval Especial. 200+ cirugías de campaña. 16 despliegues en zona de operaciones.

Y debajo, una línea añadida por los operadores con los que sirvió:

“Se rieron cuando pasó su tarjeta… hasta que la pantalla se volvió roja. Nunca juzgues a un guerrero por su portada.”

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