Un millonario ve a su ex empleada en Barajas con gemelos… y un nombre infantil le rompe el alma

Un millonario ve a su ex empleada en Barajas con gemelos… y un nombre infantil le rompe el alma

—Adiós, Alejandro —dijo bajito.

Él se levantó también, con el corazón golpeándole las costillas.

—Marina, por favor… no te vayas. Déjame arreglar esto.

Ella lo miró largo rato, como si estuviera midiendo el peso de sus palabras.

—No puedes cambiar el pasado —dijo por fin—. Pero quizá sí puedes decidir qué clase de hombre vas a ser mañana.

Y se fue. Y por primera vez en muchos años, Alejandro Lafuente no supo qué hacer.

Parte 3

Dos semanas después, el invierno seguía apretando en Valencia, con un frío húmedo que se metía hasta los huesos. Marina había conseguido un piso pequeño cerca del lugar donde trabajaba por las noches: un centro de lavandería y limpieza. Los gemelos iban al colegio público, compartiendo unos mismos guantes de invierno, porque no había para dos pares.

La vida seguía siendo difícil… pero tranquila. Hasta que una tarde, un coche negro se detuvo frente al edificio.

Cuando Marina abrió la puerta del portal, Alejandro estaba allí, con la chaqueta cubierta de gotitas de lluvia y el pelo revuelto por el viento.

—Marina —dijo en voz baja—. No he venido a comprar tu perdón. He venido a ganármelo.

Le entregó un sobre cerrado. Dentro no había dinero. Era una escritura.

—Es para ti —explicó—. Una casa. A tu nombre. Cerca de un buen colegio.

Marina parpadeó, conteniendo las lágrimas.

—Alejandro…

—También me hice una prueba de ADN —añadió él con suavidad, agachándose para mirar a los gemelos—. No necesitaba el resultado para saber la verdad. La veo en sus ojos cada vez que sonríen.

El pequeño Álex lo miró con curiosidad.

—¿Tú eres mi papá?

La voz de Alejandro se quebró.

—Sí. Lo soy.

El niño sonrió, como si esa palabra encajara en un hueco que llevaba tiempo vacío.

—Mamá decía que tú fuiste un hombre bueno antes.

Alejandro tragó saliva y sonrió apenas.

—Estoy intentando volver a serlo.

Durante los meses siguientes, Alejandro fue entrando en sus vidas despacio, con respeto, sin exigir nada. Llevaba a los gemelos al colegio, se presentaba a las reuniones, aprendió a hacer tortitas como las de Marina y, una tarde, apareció con una bufanda para cada uno, sin presumir, sin hacerse el héroe.

Y por primera vez, sintió algo que el dinero jamás le había comprado: paz.

Una mañana de primavera, paseando por un parque, Marina se detuvo y lo miró.

—¿Por qué volviste de verdad?

Alejandro se quedó pensativo, como si por fin se atreviera a decirlo en voz alta.

—Porque durante años creí que el éxito era no mirar atrás —respondió—. Pero cuando te vi en el aeropuerto… entendí que llevaba toda la vida corriendo lejos de lo único que importaba.

A Marina se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Me diste algo que no merecía: una familia —continuó él—. No puedo borrar lo que dije, ni lo que hice. Pero puedo prometerte que no volverás a pasar otro invierno sola.

Por primera vez, Marina sonrió de verdad, sin miedo.

—Entonces empieza por venir a cenar con nosotros esta noche —dijo.

Los gemelos echaron a correr por el césped, riendo, con el sol de primavera en la cara. Alejandro los miró, y notó el pecho lleno de algo nuevo, cálido: esperanza.

Él, que un día levantó imperios de cemento y acero, comprendió por fin que lo más importante que construiría en su vida no sería una empresa…

Sino una segunda oportunidad.

Scroll to Top